Presentada en el Festival de Cannes, la película abre con una cita de Bertolt Brecht “El que lucha puede perder, pero el que no lucha ya perdió”.
Stéphane Brizé retoma la temática de su film anterior “El precio de un hombre” (2016) o sea la dignidad humana puesta a prueba en el mercado laboral del sistema capitalista, con el mismo actor como protagonista, Vincent Lindon.
Con guión original de Marion Pin, la historia presenta los hechos descarnados. El cierre de una planta automotriz de Agen, decidida por la casa matriz de Alemania, dejará a más de mil familias sin sustento, con el agravante de no poder encontrar empleo nuevamente en la región. Liderados por su representante sindical, Laurent (Vincent Lindon), los trabajadores inician la huelga, que se prolonga ante la intransigencia de la central alemana. Se plantea también un dilema ético, acerca de la función del Estado, que en este caso, garantiza la libre empresa y se escuda en este argumento, para no recibir los reclamos de los operarios, ni facilitar un encuentro personal con el presidente, que nunca está disponible para atenderlos.
Mientras transcurren los meses, los huelguistas se dividen entre los partidarios de aceptar la indemnización y Laurent que mantiene firme su convicción de lucha para recuperar la fuente de trabajo.
Las escenas se suceden con un ritmo ágil y banda sonora original, que combina con la enervante crispación de los demandantes, sin obtener solución alguna. Marchas e incidentes filmados cámara en mano y con una paleta de definidos colores, transmiten el fervor de la lucha que caldea hasta límites no deseados y desencadenan el abrupto final.
Como hemos visto en otras películas, como “Recursos Humanos” de Laurent Cantet o “Yo, Daniel Blake” de Ken Loach, la temática social tiene nuevas aristas en el mundo globalizado, donde frecuentemente la justicia parece esconderse.
